Hace nada de la salida de un nuevo disco de Bad Bunny y parece que será un éxito de público y de crítica, ya es comentado por gente que no escucha exclusivamente reggaeton, ni a Bad Bunny habitualmente. Es ya una figura pop de primer nivel y para estar al día hay que escucharlo, así que por esa curiosidad la hemos hecho. Y nos hemos encontrado con un regreso a las raíces, al reggaeton de temas ya más que clásicos del género, ese amor pocho, pero también algo de denuncia, y como no, regreso al pasado, a ritmos clásicos de la salsa, desprende nostalgia a muchos niveles. Mirada atrás que viene siendo algo más que habitual en muchos ámbitos de la cultura. Bad Bunny es una megaestrella no sólo porque haga música más o menos popular, también lo es porque como las grandes estrellas saben captar el signo de los tiempos y plasmarlo en su obra. Son cajas de resonancia del zeitgeist, lo captan y lo comunican creando y amplificando ese mismo zeitgeist en la sociedad.
No hace tampoco mucho que un video de una actuación de Ca7riel Y Paco Amoroso en los Tiny Desk de NPR se hizo viral. Los temas de trap del dúo lo petaron al dejar las bases electrónicas y ser interpretados por una excelente banda con mucho funk. Otra mirada del presente al pasado. Lo nuevo tiene que ser viejo al mismo tiempo, no podemos desanclarnos del pasado. Entre el reguetón de Bad Bunny y la gasolina de Daddy Yankie han pasado 20 años, el mismo tiempo que entre el Sugar Brown de los Rolling Stones y el Nevermind de Nirvana.
En el cine más mainstream no se dejan de producir sagas, preguntas o remakes. O esa sensación deja el cine en los últimos años, al menos en lo más comercial, en la sensación general. Y no quiere decir que en los márgenes de la creación no se esté avanzando, o creando cosas más o menos nuevas. Pero no llegan al gran público, que no está en esas resonancias. Estamos en un mainstream más de más de lo mismo. En un eterno bucle de nostalgia ochentera que ya es paródico.
Y es que tenemos miedo al futuro.
El tiempo pasa y ya estamos en un cuarto de siglo, que no es un siglo cualquiera. Es un nuevo milenio. Del que nos vendieron muchas expectativas, el siglo XXI era el futuro en mayúsculas. Pero nació pocho. Casi empieza con el miedo al bug del milenio, un aviso solventado con técnica y miles de informáticos picando código durante meses. Salvado el susto el siglo empezó de verdad con la caída de dos torres, el terrorismo nos hacia vulnerables, y la venganza dejó un mundo menos seguro. Ya ni recordamos lo complicado y burocrático que se ha vuelto subir a un avión, lo hemos normalizado, pero tantas capas de seguridad transmiten miedo. Y aún así hubo más atentados, y guerras.
Luego estalló una crisis económica, que dejó a muchos en la ruina, y aumentó la diferencia entre los que no pueden dejar de vivir con el miedo de no llegar a fin de mes y los que aprovecharon a acumular más de lo que podríamos soñar. Resultó que habíamos soñado por encima de nuestras posibilidades.
Y vino una pandemia y nos hizo a todos vulnerables, y nos encerramos en casa, con más incertidumbre y pavor ante virus invisibles.
Y una espada de damocles no ha dejado de pender sobre todos, grado a grado los veranos son más cálidos, las lluvias más torrenciales, las sequías más severas, los incendios más abrasadores. Un cambio climático del que somos causa y sufrimos sus efectos en una escala temporal incontrolable.
Desde luego no es el futuro soñado que nos prometieron para el siglo XXI. De hecho tampoco es que fuesen cosas que no hubiesen pasado antes, según como se mire es simplemente un poco la historia repitiéndose. Si no fuese porque el capitalismo se siente libre y canceroso. Todo sirve para alimentar la doctrina del shock. Para que el presente sea no el futuro soñado sino la distopía no tanto predicha como advertida en la CF de los 70 y 80. El presente es distópico y cyberpunk.
O la sensación que se ha creado al menos es esa. Porque el presente es el futuro del que teníamos miedo. Y si el presente es distópico el futuro… Así que el futuro da miedo, y ese futuro es el presente. El futuro de un nuevo milenio crea un angst global. Un millennium angst que nos afecta a diferentes niveles, más allá de un bug de ordenadores, se ha convertido en un bug en nuestra sociedad occidental. Y para otros un programa a usar, porque ese miedo al futuro lo han convertido en un exploit, y como estamos en un nuevo milenio y el presente es el futuro, es un exploit que retroalimenta ese angst para favorecer los intereses de unos pocos. Intereses motivados por el miedo, miedo a unos cambios que parecen necesarios pero que una élite apalancada no quiere ni puede permitir.
Y antes de que empezará el milenio Yoda ya nos avisó:
«El miedo es el camino hacia el lado oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento, el sufrimiento al lado oscuro.»
Como si estuviese dictando el camino de nuestro milenio. No es de extrañar que las fuerzas reaccionarias hagan uso del miedo para sus fines, y de crearlo y fomentarlo. Y si el futuro da miedo que mejor que volver al pasado. A la nostalgia. Y negar el futuro, que es nuestro presente, negar el cambio climático, negar las vacunas, negar la ciencia que avanza, negar que el capitalismo tiene alternativas factibles y viables. Y si el presente no es el prometido, alguien tendrá la culpa. Y tras el abuso de la responsabilidad personal para evitar la responsabilidad corporativa; la culpa del cambio climático la tienes tú por no tirar el papel al contenedor azul, no las cuatro compañías que producen el 90% de las emisiones… Aquí que buscar nuevos culpables, empecemos por los políticos de siempre, que no han sido capaces de crear el futuro prometido. Y que no tienen el valor de tomar las decisiones que eviten la distopía. Y luego los otros, los de fuera, que vienen a quitarnos nuestro futuro prometido. O los modernos que son egoístas en su necesidad de generar una identidad que les permita sobrevivir al angst del milenio. Es fácil crear un discurso, y crear la propaganda que se basa en el miedo y lo retroalimente. Más si además cuentan con todas las puertas del campo, el control de toda la propaganda. Han conseguido guiar ese miedo a sus intereses económicos, a ese capitalismo acumulador que hace la transición del consumista al usuario como producto, las personas son los nuevos bienes intercambiables en manos de una oligarquía tecnológica feudal.
Así estamos en que tenemos más miedo al futuro, que a los nazis.
Tenemos una ansiedad acumulada tan grande, que ya no podemos reaccionar sin miedo a las posibles consecuencias. Podemos ver un holocausto en directo y quedarnos sin respuesta, sin reaccionar. Y nos venden que hay que ser equidistantes, y asentimos, y que la culpa es nuestra, que nos polarizamos. Y sin embargo no existe polarización posible entre los derechos humanos y un holocausto. Es imposible. Y ahí está ese razonamiento presente en nuestras vidas, tranquilamente. Noqueados, mirando las luces de un coche en la carretera aproximándose a toda velocidad pero inmóviles como liebres, pensando que sería peor saltar hacia un oscuro bosque.
Paradójico es también que los que financian ese neoliberalismo de extrema derecha tan desquiciado lo hagan también por sus miedos. Ricos que temen el futuro y se construyen refugios en lugares remotos como Nueva Zelanda, que acumulan dinero y poder por lo que pueda venir. Y que sueñan con colonizar Marte, porque es el futuro prometido del que pueden ser mesías, en lugar de enfrentarse a los problemas reales. Todo es negocio.
Pero en la caja de Pandora siempre queda algo al fondo. Hay corrientes que han visto ese miedo real, y sobre todo ese miedo artificial creado por los malos y crean alternativas y respuestas positivas. No es casualidad que una de las corrientes de ciencia ficción más en boga sea el hopepunk, en un género, que generalmente no intenta prever el futuro sino que avisa del presente, aparece una corriente dentro de él en el que los personajes en lugar de dejarse arrastrar por el escenario antiutópico eligen hacer lo correcto. El hopepunk propone la esperanza como motor narrativo. Una muestra de respuesta positiva a ese angst del milenio. Hay que leer a gente como Cory Doctorow, preclaro en su análisis del presente para quitarse el miedo de encima y ver las soluciones.
Quizás esto solo sea un overthinking, pero quizás sea el momento de Stop worrying and love the bomb. Y FCK NZS.
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